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Radiografía de un jurado

Doce hombres en pugna (Twelve Angry Men, 1957) (1)  de Sidney Lumet (2) es una cinta atípica donde salvo unas pocas escenas todo el rodaje transcurre casi teatralmente en una habitación. La película además de una crítica a la institución del jurado, es un análisis de su importancia y de la responsabilidad social de sus miembros. También, es una reflexión sobre la sociedad democrática en sí misma a partir del microcosmos que constituye ese grupo de doce hombres diferentes y enfrentados (3), tal como nos lo advirtió el borrachín Parnell (Arthur O´Connell) en Anatomía de un asesinato (Anatomy of a Murder, 1959) de Otto Preminger.(4)

La trama se desarrolla a partir de la deliberación de doce anónimos miembros de un jurado (no sabremos el nombre de once de ellos) en un juicio contra un joven inmigrante puertorriqueño de 18 años acusado de matar a su padre a navajazos. Las evidencias parecen tan contundentes que luego de una muy breve deliberación once de los doce jurados encuentran culpable al supuesto parricida. Una serie de hechos y pruebas le incriminan: nos encontramos ante un jóven violento con un largo historial de enfrentamientos con su progenitor al que continuamente amenazaba con matarle, una testigo que asegura haber visto desde el edificio de enfrente como el muchacho asestaba el golpe mortal en el pecho paterno, la declaración de un vecino que afirma haber visto salir corriendo de la escena del crimen al sospechoso y el arma encontrada en lugar del crimen es idéntica a la que poseía el acusado, que para su desgracia ha extraviado.

Sólo uno de los miembros del jurado, un arquitecto caracterizado por Henry Fonda duda respecto de la culpabilidad del muchacho. Un tecnicismo del sistema, la necesidad de que el veredicto se alcance por unanimidad, obliga a los demás miembros del jurado a escucharle. Es el reflejo de la sabiduría de la minoría.

Estamos ante un estereotipo del cine jurídico norteamericano, un hombre sólo contra el sistema, como Rudy Baylor en Legítima Defensa (John Grisham’s The Rainmaker, 1997) de Francis Ford Coppola, Jan Schlichtmann en Acción Civil (A Civil Action, 1998) de Steven Zaillian o Francis Galvin en Veredicto Final (The Verdict, 1982) de Sidney Lumet. En este caso nuestro héroe además es anónimo, tendremos que esperar hasta el final de la película para conocer su nombre: Davis. Es el premio a su tenacidad y responsabiliad. La cinta nos dirá cómo el individuo, no importa quien sea o su estatus, es una pieza básica del sistema democrático y su concurso es fundamental para que éste funcione correctamente.

No extrañan en este contexto las palabras que dirige el Juez a los miembros del jurado al finalizar el juicio oral: ahora deberán reflexionar para separar lo real de lo falso. Un hombre ha muerto y la vida de otro está en juego. Sin embargo, no todos los miembros del jurado tomarán debida nota del sentido de estas palabras y permanecerán distraídos a pesar de la responsabilidad que tienen entre manos, algunos se dedicarán a jugar «tres en raya» como si fueran niños, otro intenta apurar el proceso deliberativo pues no quiere perderse un partido de béisbol y un tercero expresa su malestar cerrar su garage para asistir al juicio. Frente a ellos aparece el jurado encarnado por Henry Fonda que asume con responsabilidad el hecho de tener que juzgar a un hombre por un delito que puede llevarlo a la muerte. No siempre los retos son asumidos por los hombres con idéntico grado de compromiso.

MOYSE BROMLEY

Henry Fonda se encarga brillantemente de desarmar una a una todas las pruebas que incriminan al muchacho. Empezara por cuestionar al sistema de defensa de oficio. – Es el tipo de caso que no da ni dinero ni gloria ni la posibilidad de ganar, no es la situación ideal para un abogado que empieza, hay que tener fe en el cliente para tener una buena defensa y él no la tenía. Dirá Fonda respecto de la labor poco convincente del abogado defensor. Cuando todos los miembros del jurado están convencidos de la singularidad del arma con la que se cometió el asesinato, Fonda demuestra su vulgaridad al blandir un arma idéntica que ha comprado en una tienda de barrio. Relativiza las amenazas que sostienen la acusación, cuando otro jurado (Lee J. Cobb) le amenaza de muerte luego de una acalorada discusión. Cuestiona la idoneidad de los testigos del fiscal. Fue imposible que el vecino del piso de abajo (anciano y tullido) pudiera ver el rostro del homicida. La testigo que vio al muchacho asesinar a su padre desde la acera de enfrente usa lentes y por tanto era imposible que en medio de la noche y a través de un tren metropolitano en movimiento, identificara al asesino.

La cinta nos presenta dos bandos formados de una parte por aquellos a los que ha convencido Fonda de la duda razonable y en el otro quienes sostienen la culpabilidad del acusado. La línea parece casi inexpugnable a pesar de que las evidencias se van desmoronando rápidamente. Al final, Fonda ya no apela a la razón. El irreducible grupo se encuentra atado a sus propios prejuicios y frustraciones. – Ya saben como miente esa gentuza; es algo innato ¡Pero bien! ¿Es que tengo que recordárselo? Ésta es la única verdad. Aún hay más: ni siquiera necesitan una razón de peso para matar a alguien. Son borrachos. Todos ellos beben como unos cosacos (…) Son así por naturaleza (…) No tienen remedio, ni uno sólo merece la pena. Dirá el jurado caracterizado por Ed Begley.

Uno a uno, Fonda logrará convencer a los indecisos hasta obtener una votación absolutoria a favor del acusado. Al final, el sedimento de la cinta es profundamente cuestionador del sistema legal en varios sentidos. Qué habría pasado si en lugar de Fonda al infeliz acusado le hubiera tocado otro jurado -uno sólo- con un menor grado de responsabilidad y voluntad. Por otro lado, la responsabilidad con la que actuó Fonda a lo largo de la deliberación tampoco lo exime de la posibilidad de cometer un error. Alguien le recordará al final de la cinta: – Supongamos que nos convence de que es inocente y resulta que si mató a su padre


(1) Existe un remake de esta cinta para la televisión en 1997 de William Friedkin. El jurado de esta versión estuvo formado por George C. Scott, James Gandolfini, Tony Danza, William Petersen, Ossie Davis, Hume Cronyn, Courtney B. Vance, Armin Mueller-Stahl, Mykelti Williamson, Dorian Harewood y Jack Lemmon. A diferencia de la versión original,  el juez es una mujer y cuatro de los miembros del jurado son negros.

(2) Esta sería la primera película dirigida por Sidney Lumet y probablemente sea la mejor. El cine legal es casi un tópico en la obra de Lumet entre las cintas del género dirigidas por Lumet podemos destacar: El Veredicto (The Verdict, 1982), El abogado del diablo (Guilty as Syn, 1993), La noche cae sobre Manhattan (Night Falls on Manhattan, 1997) y Declaradme culpable (Find Me Guilty, 2006)

(3) En este microcosmos abunda la clase obrera y escasea la burgesa acomodada. El jurado está compuesto por un asistente de entrenador del equipo de fútbol americano en un colegio secundario, un jefe de mensajería, un agente de bolsa, un mecánico, un pintor (de brocha gorda), un vendedor, un arquitecto, un jubilado, un propietario de un garaje, un relojero y un publicista. Vid. Twelve Angry Men: Primary Sources. Un jurado reflejo de la época donde los inmigrantes miembros del jurado son centroeuropeos, no aparece ninguna mujer y tampoco algún latino o negro.

(4) SOTO, Francisco y Francisco FERNÁNDEZ. Imágenes y justicia, El Derecho a través del cine. Madrid. La Ley. 1994. Pág. 61.

 

Ficha: Doce hombres en pugna (12 Angry Men, 1957), USA, 95 minutos, Metro-Goldwyn-Mayer, Director: Sidney Lumet, Guión: Reginald Rose, Música: Kenyon Hopkins, Fotografía (Boris Kaufman), Reparto: Henry Fonda, Lee J. Cobb, E.G. Marshall, Jack Warden, Ed Begley, Martin Balsam, John Fiedler,Robert Webber.

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Los límites de la justicia

Acción Civil (A Civil Action, 1998 ) de Steven Zaillian y producida por Robert Redford es la adaptación de un caso real recogido del libro del mismo nombre de Jonathan Harr. Jan Schlichtmann (John Travolta) es un joven -relativamente – y exitoso abogado de la ciudad de Boston especialista en juicios de daños, casos simples con importantes indemnizaciones. Su pequeño estudio, del tipo que ahora se denomina boutique – dedicado exclusivamente a lidiar casos de daños extracontractuales-, le reporta fama y fortuna a pesar que una  parte del gremio lo menosprecia y lo tiene por chupasangre (blood-sucking) y caza ambulancias (ambulance chaser). Todo va bien, hasta que tiene la mala suerte de tropezar, con un típico caso de contaminación de aguas y tiene el peor tino – para el desarrollo de su carrera – de aceptar la defensa. Dos curtiembres, subsidiarias de las corporaciones W.R. Grace & Co. y Beatrice Foods, en la jurisdicción del pequeño pueblo de Woburn en el estado de Massachussets, son sospechosas de contaminar el agua de los pozos de la localidad con vertidos de tricloroetileno (TCE), se cree que este toxico es el causante de la leucemia que ocasionó la muerte de cinco niños en el pueblo (1).

Zaillian pone el énfasis en los detalles, nos muestra lo costoso, tedioso y agotador que pueden llegar a ser los procesos civiles en los Estados Unidos. Son tantas las actuaciones y las declaraciones que terminan desgastando al más fiero, sólo quienes tienen la paciencia y el dinero suficiente resisten hasta el final. Bajo esta línea, la idea misma de la justicia está en entredicho (2). 

Desde hace un tiempo el cine americano nos presenta de tanto en vez la historia de un proceso donde nuestro abogado o heroína en horas bajas, se enfrenta contra una gran corporación en una causa justa. El resultado es típico de Hollywood. Así tenemos a Frank Galvin en Veredicto final (The Verdict, 1982)  de Sydney Lumet, quien en medio de su alcoholismo e incompetencia , logra defender con solvencia -y mucha suerte- un caso de negligencia médica. También encontramos a Jedediah Ward en Acción Judicial (Class Action, 1991) de Michael Apted el cual vence en juicio a una firma automotriz que mantuvo en el mercado un automóvil con un diseño poco seguro para los conductores por decir lo menos -explotaba en determinadas circunstancias-. En Causa Justa (Rainmaker, 1997) de Francis Ford Coppola, vemos como un abogado joven e inexperto supera todos los trucos que pone en su camino la parte contraria – más preparada y con importantes recursos – hasta alcanzar una indemnización fabulosa y con ello la quiebra de la compañía de seguros demandada. No podemos olvidar a Erin Brockovich en la cinta del mismo nombre (Erin Brockovich, 2000) de Steven Soderbergh, que gana un arbitraje a una firma de gas al encontrar que el tiróxido de cromo utilizado como anticorrosivo en unas torres de enfriamiento al filtrarse había contaminado las aguas subterráneas que utilizaban los vecinos a sus instalaciones.

A diferencia de estas cintas, todas ellas bajo el modelo de heroe en horas bajas que logra vencer a Goliat, tenemos en esta ocasión a un abogado en horas altas que no es capaz de medir sus fuerzas y termina como un pordiosero. Schlichtmann tiene que lidiar con un caso de dificil probanza, con dos importantes firmas de abogados – Foley, Hoag & Eliot con William Cheeseman (Bruce Norris) a la cebeza y Hale & Dorr representados por el viejo Jerome Facher (Robert Duvall)- y dos transnacionales con espaldas muy anchas. Schlichtmann sabe lo que estos contrincantes representan, la eterna lucha de David contra Goliat: «cuando eres un bufete pequeño y ellos uno grande empapado en historia y riqueza, como siempre es, con sus alfombras persas en el piso y sus diplomas de Harvard en las paredes es fácil sentirse intimidado. No lo permitan. Eso es lo que quieren, lo que esperan, como los pendencieros, así es como ganan». Esta declaración esconde una evidencia que se presenta a cada instante, Schlichtmann es incapaz de medir su capacidad. Aprenderá la lección tarde. Pero no es sólo con jactancias que Facher logra ganar el caso. Este abogado, viejo zorro con más de 35 años de experiencia judicial, es el personaje más interesante de la película, profesor de Harvard Law School, fanático del equipo de béisbol de la ciudad (los Reds Socks) y dueño de un agudo sentido del humor, pondrá a Schlichtmann constantemente en aprietos hasta alcanzar que su representada quede indemne de las acusaciones que se le imputan.

Para Facher la idea de un «tribunal criminal es crimen y castigo, la idea de un tribunal civil y del derecho de daños personales, aunque a nadie le guste decirlo es el dinero, dinero por sufrimiento, dinero por muerte«. Schlichtmann lo sabe y lo explicita nada más empezar la cinta: «un demandante muerto raramente vale como uno vivo, severamente tullido. Pero si es un muerto agonizante no un ahogo rápido o un accidente el valor puede aumentar considerablemente. Un adulto muerto de 20 a 30 años vale menos que uno de 40 a 50. Una mujer muerto vale menos que un hombre muerto. Un adulto soltero menos que uno casado. Negro menos que blanco. Pobre menos que rico. La victima perfecta es un profesional blanco de 40 años en el apogeo de su carrera derribado en su plenitud. ¿Y la más imperfecta?. En el cálculo del derecho de daños personales un niño muerto es la víctima que menos vale«.

En el juicio oral se evidencian todos los errores que comete Schlichtmann, unas veces por confesión de parte y otras por los consejos de Facher a sus alumnos sobre lo que debe hacer un abogado en juicio, imágenes que se van sobreponiendo con las del proceso, en una de las partes mejor logradas de la película. «El abogado de un demandante no debe involucrarse nunca con el dolor de su cliente si lo hace, le causa un perjuicio tan grande que debería quitarle la licencia de abogado, le enturbia el criterio, y eso es tan útil para su cliente como un médico que se espanta al ver la sangre» – nos advertirá Schlichtmann. Sin embargo, se ira transformando hasta solidarizarse de tal forma con las victimas que al final poco queda del abogado materialista que conocimos al principio. «También el demandante debe tener claro cuál es la verdadera finalidad de una demanda, pues las posibilidades de sobrevivir en una ruleta rusa son mejores que la de ganar un caso en juicio. Dos veces mejor. ¿Por qué los hacen entonces? No los hacen. Llegan a un acuerdo. De los 780,000 casos que se presentan cada año sólo 12,000 o sea el 1,5 por ciento, llegan a un veredicto. Los juicios son una corrupción del proceso y sólo los tontos con algo por probar acaban enredados en uno. Ahora cuando digo probar no me refiero al caso me refiero a ellos mismos». Pero, Schlichtmann dándose la espalda él mismo, sigue adelante, a pesar de las continuas oportunidades que se le presentan para llegar a un acuerdo satisfactorio.

La quijotesca empresa que inicia Schlichtmann termina cuando acepta presionado por sus socios y en medio del desastre financiero, la propuesta de acuerdo que le propone Al Eustis (Roman Polanski) propietario de una de las empresas demandadas, una suma que apenas sirve para sufragar los gastos del proceso pero que no evita la bancarrota de su pequeño bufete. Atizado por su orgullo y sin nada que ganar seguirá realizando algunas averiguaciones hasta facilitar toda la información del caso a la Agencia Nacional del Medio Ambiente que logrará que se impongan sanciones con montos más severos que las pactadas en la primera indemnización.


(1) El tricloroetileno (TCE) utilizado para impermeabilizar el cuero, es también un potente depresivo del sistema nervioso central que puede producir síntomas neurológicos serios, pudiendo dañar el hígado, provocar mutaciones celulares y cáncer, aunque según un documento de la División de Toxicología de la Agencia para Sustancias Tóxicas y el Registro de Enfermedades los Estados Unidos estos no existen estudios concluyentes para afirmarlo.

(1) ASIMOV, Michael. In Toxic Tort Litigation, Truth Lies at the Bottom of a Bottomless Pit.

 

Ficha: Acción Civil (A Civil Action, 1998), USA, 115 minutos, Paramount Pictures, Touchstone Pictures y Wildwood Enterprises, Director: Steven Zaillian, Guión: Jonathan Harr (novelista) y Steven Zaillian (guionista), Música: Danny Elfman, Fotografía: Conrad L. Hall, Reparto: John Travolta, Robert Duvall, William H. Macy, John Lithgow, Stephen Fry, James Gandolfini, Dan Hedaya, Kathleen Quinlan, Sydney Pollack, Kathy Bates. Productor: Scott Rudin, Robert Redford y Rachel Pfeffer.

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Una ópera prima, Anatomía de un asesinato

Anatomía de un asesinato (Anatomy of a Murder, 1959) de Otto Preminger, es una excelente película de cine legal basada en la novela homónima de Robert Traver(1). La película fue nominada a siete estatuillas de la Academia pero no ganó ninguna porque tuvo la mala suerte de coincidir con Ben Hur (Ibid, 1959) de William Wyler que arrasó con los premios. Como se ha señalado «esta película es una especie de tormenta cuadriculada, una tortuosa e incluso tumultuosa historia narrada, a media voz y a través de unas formas y tiempos sometidos a la apasionante racionalidad de un narrador empeñado en dar orden al caos».(2) El director austriaco, abogado e hijo de un magistrado, filmó Anatomía de un asesinato entre las cintas Porgy y Bess (Porgy and Bess, 1959) y Éxodo (Exodus, 1960) es decir, en la cumbre de su etapa analítica. Preminger bombardea incansablemente al espectador con todos los datos que el guión le permite para que sea éste quien elabore sus propias conclusiones teniendo a mano solo una colección de indicios y medias verdades.(3)

Una serie de elementos de la cinta nos remiten al cine negro clásico, desde la elección del color –filmada en blanco y negro-, la banda sonora, la presencia de una mujer fatal, un protagonista con una fuerte personalidad y un ambiente enrarecido que ronda pesadamente durante casi toda la película.(4) Mención aparte merece la excelente banda sonora, a cargo del genial Duke Ellington, que tiene una breve aparición en la cinta como un músico apodado como Pie eye. Sin duda, nos encontramos ante uno de los estandartes mayores del género, calificada incluso como la más pura película de juicios que jamás se ha realizado(5), o también, como uno de los mejores ejemplos del funcionamiento de los procedimientos ordinarios de los tribunales.(6)

Anatomía de un asesinato, como corresponde tratándose de un clásico del género, se desarrolla a partir de un crimen que nunca se nos expone. Paul Biegler (un magnífico James Stewart) es un abogado provinciano en horas bajas que se había desempeñado como fiscal del condado de Iron City en Michigan. Dedica la mayor parte de su tiempo a pescar, a escuchar jazz y a leer viejos libros de Derecho. Eventualmente, cuando no se encuentra perdido en el bosque pescando, patrocina algunos casos de divorcio para poder solventar los menudos gastos de su austera vida. – Resuelvo algunos casos abstractos, como divorciar a Jane Fulano de John Fulano de vez en cuando. Amenazo a algunos abusivos y por la noche me relajo bebo whisky y leo sobre leyes, nos confiesa en una parte de la cinta. En este trance, patrocina el caso de un teniente del ejército, excombatiente de la Guerra de Corea, Frederick Manion (Ben Gazzara), acusado de haber dado muerte a tiros al presunto violador de su disoluta y atractiva esposa, Laura (Lee Remick). Bigler contará con la ayuda de su viejo amigo, el borrachín Parnell McCarthy (Arthur O´Connell) y de su secretaria Maida Rutledge (Eve Arden).

El carácter y no la posible culpabilidad de su eventual patrocinado llevan a Bigler a dudar respecto de aceptar la defensa. Parnell le llamará la atención aleccionándole, – no tienes que amarlo, sólo defenderlo. Superada esta incertidumbre inicial, la cinta se convierte en una clase práctica de destreza legal. Durante casi dos horas se nos expone el proceso que se sigue contra el teniente Manion con suma rigurosidad, en particular nos detalla de forma exquisita las posiciones de la defensa y de la fiscalía, al tiempo que explicita con puntualidad las estrategias no sólo dialécticas del juego procesal.

Este es una contienda de caballeros. Las partes enfrentadas buscan la verdad sin sobrepasar los límites éticos que las reglas del proceso les imponen, lejos de las prácticas de los letrados que encontramos en cintas posteriores, basta para ello citar los casos de Martin Vail (Richard Gere) en La raíz del miedo (Primal Fear, 1996) de Gregory Hoblit, Ed Concannon (James Mason) en Veredicto final (The Verdict, 1982) de de Sydney Lumet o Leo F. Drummond (Jon Voight) en Legítima Defensa (The Rainmaker, 1997) de Francis Ford Coppola. Las reglas son una barrera infranqueable, se pueden bordear pero nunca saltar. Este respeto por la regla obliga a las partes a hilar fino en el desarrollo de sus estrategias, paradójicamente, aún cuando se trate de un proceso judicial y el apego a la regla no es siempre excepcional, algo que el espectador agradece, pues gracias a ello puede aferrarse a una trama sin sobresaltos tramposos y quiebres innecesarios. Debido a todos estos aspectos tenemos una cinta con una gran dosis de verosimilitud sin que se pierda interés en el desenlace final. Si hablamos de verosimilitud, es necesario detenernos por un momento en el papel del bondadoso y recto juez Weaver, encarnado por Joseph M. Welch, quien en la vida real fue un conocido magistrado liberal perseguido por el macartismo y que ganó fama representando a la Armada de los Estados Unidos cuando esta institución empezó a ser investigada por el senador de Wisconsin a inicios de los 50.(7)

El hecho de que las partes se atengan a la regla, no significa que los letrados no desarrollen una batería de comentarios irónicos y sarcásticos para desacreditar a su oponente. Este intercambio de ideas se convertirá casi en pelea callejera cuando la fiscalía y la defensa se enfrentan casi a escupitajos en medio del Tribunal como si de colegiales se tratara. Es allí donde aparece la figura del Juez, al que el guión le reserva no sólo el papel de valedor del juicio, sino también algunas de las frases más inteligentes y finamente irónicas de la cinta. El guión recoge algunas lecciones prácticas respecto de la labor de los letrados en un proceso, como por ejemplo no hacer al testigo una pregunta cuya respuesta no se conoce. Lección que no tenía bien aprendida el fiscal Claude Dancer (George C. Scott) al presionar a la señorita Pilant (Kathryn Grant) para que ésta señale cuál era su relación con la víctima. Instrucción que no es fácil de internalizar, recordemos que Jan Schlichtmann (John Travolta) en Acción Civil (A Civil Action, 1998) de Steven Zaillian y Francis Galvin (Francis Galvin) en Veredicto Final cometerán el mismo error. Otra lección es cuando las partes obligan al jurado a oír algunos argumentos que carecen de la suficiente consistencia o se sustentan medidamente en pruebas inadmisibles, como hará habitualmente el fiscal en Testigo de cargo (Witness for the Prosecution, 1957) de Billy Wilder. Aún cuando el Juez invoque al Jurado para que no tome en cuenta tales comentarios y evidencias, es claro que el daño para el oponente ya está hecho. – ¿Cómo puede el jurado no tener en cuenta lo que ha oído? Le pregunta el teniente Manion a Biegler. – No puede, le responderá.

El principal inconveniente para la cusa que Biegler defiende es que aparentemente carece de la percha legal de la cual colgar los argumentos de su defensa. De esta forma lo expondrá Biegler: – Un asesinato se defiende de cuatro formas. Número uno, no fue asesinato, fue suicidio o accidente. Número dos, usted no le asesinó. Número tres, estaba justificado, lo hizo para proteger su hogar o fue en defensa propia. Número cuatro, matarlo puede excusarle. Sin embargo, Biegler conducirá a su defendido por el camino más conveniente, cuando le escucha decir que debió estar loco cuando cometió el crimen. – Recuerde que tan loco se volvió. Le animará Biegler. Es la percha legal que andaba buscando y se aferrará a ella aunque se trate de un clavo ardiendo. Durante el proceso, el psiquiatra del ejército, que sometió a una revisión al acusado, declara que el teniente Manion sufrió una reacción disociativa, un impulso irresistible o irrefrenable, que a modo de demencia temporal o enajenación mental transitoria le llevó a la comisión del asesinato. Es decir, que actuó como un cartero, que tiene que enviar una comunicación y lo hace. Esta reacción es independiente de que el acusado pudiera tener presente, incluso en el propio momento del crimen, de su reprobable actuación.

Preminger en aras de la relatividad que ha defendido durante toda la cinta, elimina dos instantes cruciales en todo drama legal, los informes orales de la defensa y de la fiscalía y la sentencia. Solo nos deja con una reflexión de Parnell respecto de la complejidad de la labor del jurado y de su grado de falibilidad. – Doce personas en una habitación. Con diferentes mentalidades, diferentes corazones y doce procedencias diferentes. Doce pares de ojos y oídos, doce personas distintas. Y a estas doce personas se les pide que juzguen a otro ser humano, tan diferente a ellas como ellas lo son entre sí. Y al emitir su criterio deben volverse una sola mente, unánime. Uno de los milagros de nuestra desorganizada humanidad es que lo consigan, y que la mayoría de las veces lo hagan bien. ¡Dios Bendiga a los jurados! Biegler gana el caso, pero cuando va a cobrar por su trabajo, se da con la sorpresa que el teniente Manion ha escapado de la ciudad, no sin antes dejar una nota que viene a sembrar aún más dudas respecto de su inocencia: – Querido señor Biegler, siento mucho haberme ido repentínamente. Fui presa de un impulso irresistible


(1) Robert Traver (1903-1991) era el seudónimo del juez de la Corte Suprema del Estado de Michigan, John D. Voelker. En 1959, el éxito de su novela Anatomía de un asesinato, hizo que abandonara la magistratura y se dedicara a la escritura y a la pesca. Además de varias novelas intrascendentes sobre temas legales también publicó tres libros sobre pesca que se han convertido en clásicos para los seguidores de la actividad.

(2) FERNÁNDEZ-SANTOS, Ángel. Una obra maestra de Preminger. En: El País. Edición del 20 de enero de 1982.

(3) SOTO, Francisco y Francisco FERNÁNDEZ. Imágenes y justicia, El Derecho a través del cine. Madrid. La Ley. 1994. Pp. 39-40.

(4) CAVESTANY, Juan. El género negro reaparece 50 años después. En: El País. Edición del 16 de marzo de 1998; CABRERA INFANTE, Guillermo. Cine o sardina. Suma de Letras. Madrid: 2001. Pp. 472-479 y SANTAMARINA, Antonio. Cine negro. Tres décadas, dos juicios y un sueño. En: Nosferatu, Revista de Cine. No 32. 1989. San Sebastián. Pp. 4-9.

(6) TORREIRO, Casimiro. Anatomía de un asesinato. En un mundo que agoniza. En: Nosferatu, Revista de Cine. No 32. 1989. San Sebastián. Pág. 35.

(7) ASIMOV, Michael. Op. Cit. y TORREIRO, Casimiro. Op. Cit. Pág. 36.

 

Ficha: Anatomía de un asesinato (Anatomy of a Murder, 1959), USA, 160 minutos, Columbia Pictures, Director: Otto Preminger, Guión: Wendell Mayes (guionista) y Robert Traver (novelista), Música: Duke Ellington, Fotografía: Sam Leavitt, Reparto: James Stewart, Lee Remick, Ben Gazzara, Arthur O’Connell, George C. Scott, Eve Arden, Kathryn Grant, Joseph N. Welch.

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Veredicto final

Veredicto final (The Verdict, 1982) de Sydney Lumet, está basada en la novela del mismo nombre de Barry Reed (1) y responde al esquema tradicional del héroe en horas bajas, que lucha contra el malo que está en connivencia con el poder pero al final llega el Rey Ricardo e impone justicia.(2) A pesar de ello nos encontramos ante una buena película  de la cual se pueden extraer una serie de apuntes interesantes. Veredicto final pertenece casi a un subgénero del cine legal donde los poderosos se aprovechan de las hendiduras del sistema legal para defender sus ingresos y expoliar a sus víctimas, ejemplo de ello son las cintas, Legítima defensa (The Rainmaker, 1997) de Francis Ford Coppola, El Informante (The Insider, 1999) de Michael Mann, Erin Brockovich (ibid, 2000) de Steven Soderbergh y Tribunal en fuga (The Runaway Jury, 2003) de Gary Fleder.

Estamos ante la historia de Francis Galvin (Paul Newman, 1925-2008), un abogado que en la etapa más oscura de su carrera patrocina a una muchacha a la que una negligencia médica al aplicarle la anestesia durante el parto la deja en estado vegetativo. Galvin asesora a los familiares de la víctima en la demanda contra los médicos que participaron en la operación y el Hospital Santa Catalina, este último perteneciente al arzobispado de Boston. Ambas instituciones con un gran prestigio dentro de la comunidad. El obispo de Boston, Monseñor Brophy (Ed Binns), intenta alcanzar un acuerdo para evitar el juicio y su secuela mediática, la cual podría ensuciar el prestigio del hospital. En este contexto, hace una aceptable propuesta económica que los familiares hubieran aceptado de buen grado, sin embargo, Galvin rechaza la oferta de la autoridad eclesiástica: ¿Y nadie sabrá la verdad? Que esa pobre chica puso su confianza en manos de dos hombres que le quitaron la vida. La familia de la víctima y su amigo y colaborador, el abogado retirado Mickey Morrisey (Jack Warden) consideran satisfactoria la oferta e inaceptable que fuera rechazada, pero Galvin cree lo contrario: (…) ahora quieren comprarme, para que mire hacia otro lado. Morrisey le replicará: de eso se trata carajo, déjate comprar, dejemos que compren el caso, por eso lo acepté. Incluso el juez Hoyle (Milo O´Shea) que ve la causa le aconsejará: yo mismo la aceptaría y correría como un ladrón. Galvin le contestará con ironía: Estoy seguro de ello.

Francis Galvin es la patética imagen de un abogado enterrado en la depresión y en el alcohol, que de brillante y respetado miembro de uno de los bufetes más importantes de la ciudad ha pasado a patrocinar sólo un puñado de casos (cuatro) en los últimos tres años, con un resultado nada alentador: Todos los ha perdido. Este abogado pasa las horas jugando al pin-ball – que Lumet convierte hábilmente en un catalizador de sus estados de ánimo – y bebiendo fiado en un bar. Con la reputación destruida vive a la caza de clientes en hospitales y tanatorios. Como se dirá en la película: un abogaducho. Galvin ve el caso que tiene entre manos como una apuesta personal y una oportunidad para salir del pozo en el que se ha metido. No habrán otros casos, éste es el caso. Se dirá. Es la oportunidad de la redención frente al destino en el que se encuentra por aquella falta deontológica que hizo que de denunciante se convirtiera en acusado.

El arzobispado confía la defensa del Hospital Santa Catalina a uno de los más importantes bufetes de abogados de la ciudad de Boston: Concannon, Barker & White, liderados por Ed Concannon (James Mason) un viejo abogado que no duda en usar todo tipo de tretas para ganar el caso, incluso algunas reñidas con la ética, como la compra de testigos o espiar al adversario. Como en Legítima defensa (The Rainmaker, 1997) de Francis Ford Coppola, el guión se apoya en la figura del hombre solo luchando contra el sistema defendido por un importante Estudio. En una parte de la cinta se contraponen dos escenas que dan cuenta de esta disparidad. El equipo de Concannon formado por catorce personas prepara la defensa cuidando hasta el último detalle en un ostentoso ambiente, por otro lado Galvin y Morrisey – imagen tributaria de la cinta Anatomía de un asesinato (Anatomy of a Murder, 1959)  – trabajan en la biblioteca pública de los tribunales teniendo como únicas herramientas su capacidad y su memoria.

Más allá del cuestionamiento que hace la cinta del sistema judicial, sobre todo de las estrechas relaciones entre un abogado influyente y un juez indiferente, la película reivindica la labor del jurado como centro no corrompido de la administración de justicia, lejos que los cuestionamientos que el propio Lumet hiciera en Doce hombres en pugna (12 Angry Men, 1957) o las que aparecen en Matar a un ruiseñor (To Kill a Mocking Bird, 1962) de Robert Mulligan. El tribunal es aquella institución que se mantiene limpia de la corrupción y mendacidad en la que caen regularmente los demás operadores del Derecho. Es en definitiva en quien deben confiar los débiles para defender sus derechos. Para eso existen los tribunales, no para que se haga justicia, existen para darles la oportunidad de que se haga justicia. Comentará Galvin. La pureza de un tribunal está en su origen, todos ellos toda su vida creen que es una farsa, que está arreglado, no pueden luchar contra el sistema, pero cuando se suben en el estrado del jurado apenas lo ves en sus ojos. A esa conciencia de hombres simples apelará Galvin en su informe final: ustedes son la ley, no es un código, ni los abogados, ni es una estatua de mármol, ni las ceremonias de una corte. Eso son símbolos, nuestro deseo es ser justos (…). Si vamos a tener fe en la justicia tan sólo hemos de creer en nosotros mismos; yo creo que hay justicia en nuestros corazones.

Galvin tiene prácticamente perdido el caso. Su testigo más importante, el doctor Gruber (Lewis Stadlen) desaparece misteriosamente unos días antes del juicio y tiene que reemplazarlo por un curandero a decir de su socio. Sin embargo, un testigo sorpresa le llevará a la victoria. Galvin logra ubicar a la enfermera que redactó la hoja de admisión de la paciente, Kaitlin Costello (Lindsay Crouse), haciendo que ésta ratifique en el juicio que consignó claramente en la ficha que la paciente había ingerido alimentos sólo una hora antes de ingresar al hospital. Esta declaración explica el vómito durante el parto y que la paciente se ahogara con él con su propia mascarilla de oxigeno. El anestesista encargado de la operación, el Dr. Towler (Wesley Addy), habría pedido a Costello que cambiara el formulario, una hora en lugar de nueve. Sin esta declaración no existía posibilidad real de que Galvin ganara el caso. Aun cuando por un tecnicismo esta declaración no es tomada en cuenta por el jurado, el Tribunal falla a favor de los demandantes e incluso va más cuando le pregunta al juez Hoyle si se encuentran atados al monto indemnizatorio solicitado en la demanda: no están constreñidos por nada aparte de su buen juicio. Será la respuesta del togado. Como nos señala Francisco Fernández, la justicia está llena de fugas que sólo la ética puede drenar.(3)


(1) Abogado de la ciudad de Boston, escribió algunas novelas con una temática legal, entre las cuales podemos destacar además de The Verdict: The Choice, The Indictment y The Deception.

(2) PUMARES, Carlos. Veredicto final. En: Nosferatu, Revista de cine. No 32. 1989. Pág. 68.

(3) SOTO, Francisco y Francisco FERNÁNDEZ. Imágenes y justicia, El Derecho a través del cine. Madrid: La Ley. 1994. Pág. 391.

 

Ficha: Veredicto Final (The Verdict, 1981), USA, 129 minutos, Twentieth Century-Fox Film Corporation, Director: Sidney Lumet, Guión: Barry Reed (novelista) y David Mamet (guinonista), Música: Johnny Mandel, Fotografía: Andrzej Bartkowiak, Reparto: Paul Newman, Charlotte Rampling, Jack Warden, James Mason, Milo O´Sea, Lindsay Crouse, Ed Binns, Julie Bovasso, Roxanne Hart y James Handy. Productor: Burtt Harris.

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El mono al banquillo

Heredarás el viento (Inherit the Wind, 1960)(1) de Stanley Kramer es un drama legal basado en el famoso caso conocido en los Estados Unidos como «El Juicio del mono» (The Monkey Trial) que enfrentó a creacionistas contra evolucionistas (básicamente baptistas y presbiterianos) en 1925, de allí que el título de la película extraído de un versículo del libro de los Proverbios no sea una casualidad.(2) Poco antes de que la Gran Depresión hundiera la economía norteamericana, estos dos bandos estaban lo suficientemente polarizados como para propiciar un gran choque público que significara el triunfo ideológico de su causa.(2) La cinta nos sitúa en el imaginario pueblo de Hillsboro en algún lugar del sur de los Estados Unidos. En este pueblo, Bertram T. Cates (Dick York) profesor de biología de secundaria es arrestado en medio de su clase por violar una ley que prohíbe la enseñanza de la teoría evolucionista de Darwin. A partir de este hecho, la trama se desarrollará en varios planos duales teniendo como eje central la confrontación entre aquellos que pretenden introducir una enseñanza moderna frente a quienes defienden los valores tradicionales de la sociedad. El gran cuestionamiento que aquí aparece es el del valor de la ley y su obediencia por parte de los ciudadanos. Cates se rebela contra una norma que considera injusta: sólo intento enseñar a mis alumnos que el hombre no fue plantado aquí como un geranio en una maceta, sino que proviene de un largo milagro, no tomó sólo siete días. Sin embargo, no sólo quienes imponen legislativamente sus creencias estarán en el bando de quienes consideran que la ley debe cumplirse: Pero eso va contra la ley. Un maestro es un servidor público debería hacer lo que la ley y la Dirección Escolar le ordena. Nos recordará en una oportunidad Rachel Brown (Claude Akins), la novia de Cates.

Regresando al plano real debemos situarnos en marzo de 1925, cuando el Congreso del Estado de Tennessee – con la aprobación de la Butler Act– declaró ilegal la enseñanza en las escuelas públicas de cualquier teoría que negara la creación divina del hombre señalada en la Biblia y en su lugar propusiera que el hombre descendía de animales inferiores. En este contexto, la American Civil Liberties Union (ACLU) anunció que estaba dispuesta a dar asesoría legal a cualquier profesor del Estado que violara la norma. Un grupo de ciudadanos del pequeño pueblo de Dayton aceptó el reto, más que por la defensa de la libertad de enseñanza, por el dinero y publicidad que el juicio traería al pueblo. Para ello reclutaron al joven profesor John Scopes, quien fue arrestado durante su clase por violar la Butler Act.

Durante el juicio, la acusación estuvo encabezada por William Jennings Bryan, tres veces candidato a la presidencia de los Estados Unidos por el Partido Democrático (fue oponente de William McKinley y Howard Taft) y Secretario de Estado durante la administración del presidente Wilson. Por su parte la defensa estuvo en manos de Clarence Darrow, uno de los abogados más importantes del país. El juicio se desarrolló en el verano de 1925, en medio de un ambiente festivo y popular, con carteles decorando las calles, quioscos de venta de limonada, chimpancés anunciando que habían venido a declarar para la fiscalía y activistas del movimiento creacionista vendiendo libros en favor de su causa. Todo ello en medio de un gran despliegue mediático. Más de 200 periodistas cubrieron el juicio y éste fue transmitido en directo por una radio de Chicago.(4) Sin duda pasta había para tanta parafernalia.

Los escritores Jerome Lawrence y Robert E. Lee escribieron originalmente un drama teatral como una denuncia a la amenaza de la libertad intelectual afectada por la cacería de brujas que desató el senador Joseph McCarthy en la década de los 50.(5) Es por ello que la película no es una recreación fiel del juicio pues no sólo se renombraron localidades y participantes sino que incluso se introdujeron nuevos personajes, todo ello con la intención de restarle valor histórico y resaltar su carácter de denuncia. Para ello la cinta remarca varias dualidades: liberales contra tradicionalistas, evolucionistas racionales frente a fundamentalistas supersticiosos, el norte culto e industrial contra el sur agrario e ignorante y jóvenes progresistas contra hombres mayores ideológicamente inmóviles.

En este contexto el incumplimiento de la ley no sólo debe verse como un enfrentamiento entre los sectores progresistas y tradicionalistas de la sociedad sino también como un ataque de las ciudades del norte a un modo y de una forma de vida. Es allí donde el sur declara nuevamente su excepcionalismo y la defensa de su derecho a vivir como les plazca. Vieja polarización que en su máximo grado generó el conflicto interno más devastador que sufriera los Estados Unidos. Dadas las características de la película, con una trama compleja y unos diálogos densos era necesario que los papeles de William Jennings Bryan y Clarence Darrow fueran cuidadosamente elegidos. Para ello Stanley Kramer echó mano de dos grandes actores varias veces ganadores de los premios de la Academia. En la cinta, la fiscalía cuenta con el auxilio de Mattew Harrison Brady (Fredric March), un hombre con una enorme popularidad producto de sus tres candidaturas a la presidencia de los Estados Unidos y de la cruzada que había emprendido contra las teorías de Darwin. Brady, llega al pueblo en olor de multitud, sus seguidores lo ven como el Mesías reencarnado y esperan que no sólo castigue al violador de la ley, sino que con su aporte regresen las cosas a su estado original. No vine sólo a enjuiciar a un trasgresor, a un joven que se ha levantado contra la ley divina. He venido porque lo que ha sucedido en un aula de su pueblo ha desencadenado un perverso ataque desde las ciudades del norte. Nosotros no buscamos este enfrentamiento. Somos gente sencilla que sólo aspira vivir en paz y hermandad cuidando a nuestros seres amados y enseñando a nuestros hijos el camino de la probidad y de la fe. Declarará Brady a sus seguidores en un improvisado mitin al llegar a Hillsboro.

La defensa estará a cargo del abogado Henry Drummond (Spancer Tracy), auxiliado por el periodista del Baltimore Herlad, E.K. Hornbeck (Gene Kelly). Para Drummond mantener este estado excepcional que Brady reclama tiene el perjuicio del fanatismo y la ignorancia. –En tanto el requisito para este radiante paraíso sea la ignorancia, el fanatismo y el odio yo digo: ¡al diablo con eso!. Pero salir de la barbarie tiene un costo, costo que la sociedad debe asumir para no seguir en el oscurantismo. –El progreso nunca fue gratuito, debemos pagar por él. A veces pienso que hay un hombre detrás de un mostrador diciendo: muy bien, tendrás un teléfono, pero perderás la privacidad y el encanto de la distancia. (…) Señor usted puede conquistar el aire, pero los pájaros perderán su encanto y las nubes olerán a gasolina. Darwin nos llevó a una cumbre desde donde podremos mirar hacia atrás y ver de donde vinimos. Pero para acceder a ese conocimiento debemos abandonar nuestra fe en la bonita poesía del Génesis. Por ello Drummond estima que no debe ser castigado quien incumple una ley viciosa. –No se puede aplicar imparcialmente una ley perversa. (…) una ley perversa, cual la peste, destruye todo lo que toca tanto a partidarios como a detractores. Dirá Drummond en un pasaje del juicio. Los efectos de una ley de esta naturaleza son evidentes: –Si se criminaliza una ley como la de la evolución y su enseñanza pública, mañana podría ser un crimen enseñarla en escuelas privadas y luego sería un crimen hasta su mera lectura. Luego podrían prohibirse libros y periódicos.

La estrategia de la defensa se centra en la constitucionalidad de la ley, la de la fiscalía en exigir su cumplimiento. Durante el juicio, Brady logra que el juez rechace los testimonios de los científicos que la defensa pretendía presentar para apoyar las teorías de Darwin y de esta forma desacreditar la norma. Sin este valioso argumento, Drummont echa mano de un recurso desesperado pero brillante en su audacia, llama a declarar en favor de la defensa al propio Brady, considerándolo como un experto en el estudio de la Biblia. Durante el interrogatorio, Drummont acorrala literalmente a Brady, hasta el punto de obligarle a reconocer que no todos los pasajes de la Biblia pueden interpretarse literalmente. En especial, que los días del Génesis debía entenderse cómo períodos. Con esta afirmación era válido sostener entonces que las teorías de Darwin podían convivir con las Sagradas Escrituras.(6) A pesar de este episodio, el jurado encuentra culpable a Cates. Sin embargo, el Juez Mel Coffey (Henry Morgan) impone al acusado sólo una sanción testimonial obligandole al pago de cien dólares.(7) 


(1) Este juicio ha tenido tres adaptaciones para televisión. La primera de ellas en 1965 de George Schaefer con las actuaciones de Melvyn Douglas y Ed Begley; la segunda en 1988 de David Greene, con Jason Robards y Kirk Douglas; y, finalmente, en 1999 de Daniel Petrie, con Jack Lemmon y George C. Scott.

(2) Proverbios 11,29: El que turba su casa heredará en viento; Y el necio será siervo del sabio de corazón. 

(3) WILLIAMS, Peter W. America´s religions: from their origins to the twenty-first century. Segunda Edición. Urbana: University of Illinois Press. 2002. Pág. 281. 

(4) ARESON CLARK, Constance. Evolution for John Doe: Pictures, the Public, and the Scopes Trial Debate. En: The Journal of American History. Marzo 2001. Pág. 1275-1277; y, LINDER, Douglas. State v. John Scopes (The “Monkey Trial”). En: Jurist, Legal, News & Research. University of Pittsburg, School of Law. 

(5) Entre los años 1947 y 1954 el senador republicano por el estado de Wisconsin, Joseph R. McCarty aprovechó el ambiente generado por la Guerra de Corea y la Guerra Fría para iniciar una serie de acusaciones contra diversas personalidades sospechosas de ser miembros del Partido Comunista de los Estados Unidos. La persecución que inició el senador McCarty (denominada Macartismo) llevó a los tribunales a miles de personas. La House of Un-American Activities Commiteee (HUAC), encargada de investigar actividades antipatrióticas, también investigó a la industria cinematográfica, lo que desencadenó en una serie de traiciones y denuncias que marcó la carrera de muchos miembros de la industria. Vid. JENKINS, Philip. The new anti-catholicism: the last acceptable prejudice. Nueva York, Oxford University Press. 2003. Pág. 40; KELLOG, William O. American history: the easy way. Nueva York. Barron´s Educational Series. 2003. Pág. 294; y, RAY PAPKE, David. Law, Cinema, and Ideology: Hoollywood Legal Films of the 1950s. En: UCLA Law Review. 48 (6). 2001. Pp. 1486-1489.

(6) La confrontación de dos horas entre Bryan y Darrow fue considerada por la prensa de la época como una victoria aplastante de Darrow. Sobre este hecho un historiador afirmó de “cómo un hombre y su leyenda, Bryan, fueron destruidos por su testimonio de ese día”. Vid. LINDER, Douglas. Op. Cit. 

(7) Darrow y Bryan apelaron el fallo. En 1926 la Corte Suprema del Estado de Tennessee revirtió la sentencia de la corte de Dayton basándose en un tecnicismo, pues el Juez que vio la causa no tenía competencia para fijar sanciones mayores a cincuenta dólares. Aún cuando el caso debió regresar a Dayton, la Corte sobreseyó la causa al considerar que “nada se ganaba prolongando la vida de este bizarro caso”. Vid. LINDER, Douglas. Op. Cit.

 

Ficha: Heredarás el viento (Inherit the Wind, 1960), USA, 128 minutos, Director: Stanley Kramer, Guión: Jerome Lawrence y Robert E. Lee, Reparto: Spencer Tracy, Fredric March, Gene Kelly, Dick York, Donna Anderson, Harry Morgan, Claude Akins, Elliott Reid, Paul Hartman, Philip Coolidge, Jimmy Boyd, Noah Beery Jr.

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Matar a un ruiseñor

No podemos estar más de acuerdo con Michael Asimov cuando señala que Matar un ruiseñor (To Kill a Mockingbird, 1962) de Robert Mulligan es una obra de arte que se desarrolla brillantemente a cada nivel (1). La cinta, basada en la gran novela del mismo nombre de Harper Lee (2) no ganó el Oscar a mejor película porque coincidió ese año con Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia, 1962) de David Lean. Como ha señalado Jürgen Müller si se considera la historia de los Estados Unidos sus mitos, miedos y esperanzas, y se escucha atentamente el relato de la convivencia de generaciones y razas en un país de contradicciones peligrosas y optimismo ilimitado, no se debe pasar por alto a un libro y a una película: Matar a un ruiseñor. La novela y el largometraje se han grabado en la memoria colectiva americana como sólo lo han hecho Tom Sawyer y Huckleberry Finn.(3) La trama se desarrolla en un pequeño y bucólico pueblo del sur de los Estados Unidos en medio de la Gran Depresión. Las imágenes nos llevan hacia una postal del profundo sur, un paisaje cansado y dormido que bien podría extraerse de un texto de Mark Twain o de una novela de William Foulkner. Matar a un ruiseñor, como también lo hicieran sus contemporáneas El sargento negro (Sergeant Rutledge, 1960) de Jonh Ford o Adivina quién viene a cenar esta noche (Guess Who´s Coming to Dinner, 1967) de Stanley Kramer, aborda algunos de los problemas más álgidos que enfrentó la sociedad americana en la década de los sesenta: el funcionamiento de los tribunales, el papel de los negros en la sociedad, las relaciones sexuales interraciales y la discriminación.

Estos dos temas son tratados por Hollywood de forma regular pero desde una discurso dualista casi sin ninguna tonalidad, ejemplo de ello son las cintas Causa justa (Just Cause, 1995) de Arne Glimcher, Mississippi en llamas (Mississippi Burning, 1998 ) de Alan Parker y Ejecución inminente (True Crime, 1998 ) de Clint Eastwood. La historia nos sumerge en los recuerdos de Scout Finch (Mary Badham), de cuando era una niña de seis años, de allí tenemos el dibujo de un mundo sencillo, cándido y reconocible, pero al mismo tiempo, bañado por esa sensación de irrealidad propias de las cosas embellecidas por la memoria (4). Nos encontramos en el caluroso y polvoriento pueblo de Mamcomb en el estado de Alabama, donde Scout y su hermano Jem (Phillip Alford) intentan conocer al personaje mítico de Boo Radley (Robert Duvall), un vecino con problemas de retardo que sus padres prefieren cuidar en casa antes que mandarlo a una clínica para enfermos mentales. En este pueblo conviven enfrentados en su pobreza y sin apenas tocarse, la dominante comunidad blanca y el menospreciado colectivo negro. El padre de Scout, Atticus Finch (Gregory Peck) es un abogado viudo, sobrio e idealista que trata de educar a sus hijos en la tolerancia. Un hombre bueno y comprensivo en un lugar donde entre el polvo de las calles y detrás de las fachadas de las casas de estilo colonial se esconden los miedos y miserias de esta gente común hundida en la desesperanza.

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Esta película, como bien ha señalado María Donapetry (En defensa de la subjetividad del cine), no es sobre el sistema judicial del sur de los Estados Unidos, a pesar de que el juicio ocupa gran parte de la trama, sino de un sistema moral cargado de prejuicios. Las virtudes que se exaltan no son las del abogado listo, ingenioso y conocedor del sistema legal, sino las de la nueva generación que, a través del abogado Atticus, aprende a internalizar otra moral. Atticus es designado defensor de oficio en un juicio en el que un joven negro, Tom Robinson (Brock Peters), es acusado falsamente de violar a una mujer blanca, Mayella Ewell (Collin Wilcox), pobre e ignorante. Atticus acepta el reto a pesar de la oposición de la comunidad a la que pertenece y de la adversidad de tener que convencer a un jurado compuesto únicamente por ciudadanos blancos.

Atticus denuncia durante el juicio la presunción de culpabilidad de su defendido sólo por el hecho de ser negro, rechaza la indigna suposición de que todos los negros mienten, de que en el fondo todos los negros son unos inmorales. Este hecho se pone en evidencia si tenemos en cuenta que tanto la fiscalía como la defensa tienen el mismo catálogo de pruebas: la palabra de los acusadores blancos contra el dicho del supuesto violador negro. Lógicamente los dos testimonios no tienen el mismo valor. La versión de Mayella es que Tom la atacó, sujetándola del cuello y golpeándola con el brazo izquierdo. Por su parte el acusado sostiene una posición diametralmente distinta, que mientras él hacía en casa de Mayella algunas labores domesticas fue ella quien se echó sobre él besándole y abrazándole. Las heridas que Mayella lastra en el juicio fueron ocasionadas en realidad por su propio padre. El alegato final de Atticus ante el jurado es a decir de Agustín Compadre, un análisis psicológico exquisitamente estructurado acerca de las motivaciones racistas que propiciaron la falsa denuncia.(5): «Siento compasión por ella, víctima de una cruel pobreza e ignorancia, para tratar de ocultar su propia culpabilidad, porque fue el hecho de sentirse culpable lo que la impulsó a esta acusación: ella era blanca y había incitado a un negro». Atticus desnuda la realidad. Lo imperdonable era que una mujer blanca deseara a un hombre negro, lo cual constituía una situación inaceptable para los ojos de la comunidad. En realidad, era Mayella y no Tom la verdadera transgresora de las normas de convivencia imperantes entre negros y blancos.(6)

Pero el pacífico Atticus da un paso más y golpea nuevamente, esta vez, al sistema judicial americano y a la idea de que el jurado es el mejor sistema para administrar justicia: «En este país los tribunales tienen que ser de una gran equidad, y para ellos todos los individuos han nacido iguales. No soy un iluso que crea firmemente en la integridad de nuestros tribunales y en el sistema de jurado, no me parece lo ideal, pero es una realidad a la que no hay más remedio que sujetarse». Una sociedad prejuiciada, repetirá el mismo patrón ideológico en la conformación de sus jurados, como el propio Atticus sentenciará en una parte de la cinta: «El sitio donde un hombre debería recibir un trato justo es precisamente en una sala de juicios, pero las personas siempre se las arreglan para llevar consigo sus resentimientos al recinto del jurado».

Como no podía ser de otro modo, Tom es declarado culpable. Sin embargo, en el transcurso de su frustrada tentativa de fuga muere por las balas de sus celadores, adelantándose al destino que ya se le tenía preparado.


(1) ASIMOV, Michael. When Lawyers Were Heroes. En: University of San Francisco Law Review. 1996. Volumen 30, Número 4. Pág. 1135.

(2) Harper Lee era hija de un abogado y estudió Derecho en Alabama. Matar a un ruiseñor es una novela en gran parte autobiográfica, construida desde los recuerdos de infancia de la autora en Monroeville en 1932 en plena depresión. En este contexto social es que se desarrolla la novela, única que escribiría la autora, con la que obtuvo el premio Pulitzer. Vid. ROMERO DE ANDRÉS, Carmelo. Jauría humana: Cine y Psicología. AA. VV. URRA, Javier (Coord.). Barcelona: Gedisa. 2004. Pág. 152.

(3) MÜLLER, Jürgen. Cine de los 60. Madrid: Taschen. 2003.

(4) FERNANDEZ VALENTÍ, Tomás. Matar un ruiseñor. En: Dirigido por… No 328, noviembre de 2003. Pág. 94. Apud. SOTO, Francisco y Francisco FERNÁNDEZ. Imágenes y justicia, El Derecho a través del cine. Madrid: La Ley. 1994. Pág. 61.

(5) COMPADRE DIEZ, Agustín. Op. Cit. Pág. 152.

(6) NAVARRO, Antonio José. Justicia y racismo. A propósito de El sargento negro y Matar a un ruiseñor. En: Nosferatu, Revista de Cine. No 32, 1989. San Sebastián. Pág. 14.

Ficha: Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird, 1962), USA, 129 minutos, Universal, Director: Robert Mulligan, Guión: Horton Foote, Música: Elmer Bernstein, Fotografía: Russell Harlan (B&W), Reparto: Gregory Peck, Mary Badham, Brock Peters, Phillip Alford, John Megna, Frank Overton, Rosemary Murphy y Robert Duvall. Productores: Alan J. Pakula & Robert Mulligan.


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