Archivo diario: octubre 3, 2008

Veredicto final

Veredicto final (The Verdict, 1982) de Sydney Lumet, está basada en la novela del mismo nombre de Barry Reed (1) y responde al esquema tradicional del héroe en horas bajas, que lucha contra el malo que está en connivencia con el poder pero al final llega el Rey Ricardo e impone justicia.(2) A pesar de ello nos encontramos ante una buena película  de la cual se pueden extraer una serie de apuntes interesantes. Veredicto final pertenece casi a un subgénero del cine legal donde los poderosos se aprovechan de las hendiduras del sistema legal para defender sus ingresos y expoliar a sus víctimas, ejemplo de ello son las cintas, Legítima defensa (The Rainmaker, 1997) de Francis Ford Coppola, El Informante (The Insider, 1999) de Michael Mann, Erin Brockovich (ibid, 2000) de Steven Soderbergh y Tribunal en fuga (The Runaway Jury, 2003) de Gary Fleder.

Estamos ante la historia de Francis Galvin (Paul Newman, 1925-2008), un abogado que en la etapa más oscura de su carrera patrocina a una muchacha a la que una negligencia médica al aplicarle la anestesia durante el parto la deja en estado vegetativo. Galvin asesora a los familiares de la víctima en la demanda contra los médicos que participaron en la operación y el Hospital Santa Catalina, este último perteneciente al arzobispado de Boston. Ambas instituciones con un gran prestigio dentro de la comunidad. El obispo de Boston, Monseñor Brophy (Ed Binns), intenta alcanzar un acuerdo para evitar el juicio y su secuela mediática, la cual podría ensuciar el prestigio del hospital. En este contexto, hace una aceptable propuesta económica que los familiares hubieran aceptado de buen grado, sin embargo, Galvin rechaza la oferta de la autoridad eclesiástica: ¿Y nadie sabrá la verdad? Que esa pobre chica puso su confianza en manos de dos hombres que le quitaron la vida. La familia de la víctima y su amigo y colaborador, el abogado retirado Mickey Morrisey (Jack Warden) consideran satisfactoria la oferta e inaceptable que fuera rechazada, pero Galvin cree lo contrario: (…) ahora quieren comprarme, para que mire hacia otro lado. Morrisey le replicará: de eso se trata carajo, déjate comprar, dejemos que compren el caso, por eso lo acepté. Incluso el juez Hoyle (Milo O´Shea) que ve la causa le aconsejará: yo mismo la aceptaría y correría como un ladrón. Galvin le contestará con ironía: Estoy seguro de ello.

Francis Galvin es la patética imagen de un abogado enterrado en la depresión y en el alcohol, que de brillante y respetado miembro de uno de los bufetes más importantes de la ciudad ha pasado a patrocinar sólo un puñado de casos (cuatro) en los últimos tres años, con un resultado nada alentador: Todos los ha perdido. Este abogado pasa las horas jugando al pin-ball – que Lumet convierte hábilmente en un catalizador de sus estados de ánimo – y bebiendo fiado en un bar. Con la reputación destruida vive a la caza de clientes en hospitales y tanatorios. Como se dirá en la película: un abogaducho. Galvin ve el caso que tiene entre manos como una apuesta personal y una oportunidad para salir del pozo en el que se ha metido. No habrán otros casos, éste es el caso. Se dirá. Es la oportunidad de la redención frente al destino en el que se encuentra por aquella falta deontológica que hizo que de denunciante se convirtiera en acusado.

El arzobispado confía la defensa del Hospital Santa Catalina a uno de los más importantes bufetes de abogados de la ciudad de Boston: Concannon, Barker & White, liderados por Ed Concannon (James Mason) un viejo abogado que no duda en usar todo tipo de tretas para ganar el caso, incluso algunas reñidas con la ética, como la compra de testigos o espiar al adversario. Como en Legítima defensa (The Rainmaker, 1997) de Francis Ford Coppola, el guión se apoya en la figura del hombre solo luchando contra el sistema defendido por un importante Estudio. En una parte de la cinta se contraponen dos escenas que dan cuenta de esta disparidad. El equipo de Concannon formado por catorce personas prepara la defensa cuidando hasta el último detalle en un ostentoso ambiente, por otro lado Galvin y Morrisey – imagen tributaria de la cinta Anatomía de un asesinato (Anatomy of a Murder, 1959)  – trabajan en la biblioteca pública de los tribunales teniendo como únicas herramientas su capacidad y su memoria.

Más allá del cuestionamiento que hace la cinta del sistema judicial, sobre todo de las estrechas relaciones entre un abogado influyente y un juez indiferente, la película reivindica la labor del jurado como centro no corrompido de la administración de justicia, lejos que los cuestionamientos que el propio Lumet hiciera en Doce hombres en pugna (12 Angry Men, 1957) o las que aparecen en Matar a un ruiseñor (To Kill a Mocking Bird, 1962) de Robert Mulligan. El tribunal es aquella institución que se mantiene limpia de la corrupción y mendacidad en la que caen regularmente los demás operadores del Derecho. Es en definitiva en quien deben confiar los débiles para defender sus derechos. Para eso existen los tribunales, no para que se haga justicia, existen para darles la oportunidad de que se haga justicia. Comentará Galvin. La pureza de un tribunal está en su origen, todos ellos toda su vida creen que es una farsa, que está arreglado, no pueden luchar contra el sistema, pero cuando se suben en el estrado del jurado apenas lo ves en sus ojos. A esa conciencia de hombres simples apelará Galvin en su informe final: ustedes son la ley, no es un código, ni los abogados, ni es una estatua de mármol, ni las ceremonias de una corte. Eso son símbolos, nuestro deseo es ser justos (…). Si vamos a tener fe en la justicia tan sólo hemos de creer en nosotros mismos; yo creo que hay justicia en nuestros corazones.

Galvin tiene prácticamente perdido el caso. Su testigo más importante, el doctor Gruber (Lewis Stadlen) desaparece misteriosamente unos días antes del juicio y tiene que reemplazarlo por un curandero a decir de su socio. Sin embargo, un testigo sorpresa le llevará a la victoria. Galvin logra ubicar a la enfermera que redactó la hoja de admisión de la paciente, Kaitlin Costello (Lindsay Crouse), haciendo que ésta ratifique en el juicio que consignó claramente en la ficha que la paciente había ingerido alimentos sólo una hora antes de ingresar al hospital. Esta declaración explica el vómito durante el parto y que la paciente se ahogara con él con su propia mascarilla de oxigeno. El anestesista encargado de la operación, el Dr. Towler (Wesley Addy), habría pedido a Costello que cambiara el formulario, una hora en lugar de nueve. Sin esta declaración no existía posibilidad real de que Galvin ganara el caso. Aun cuando por un tecnicismo esta declaración no es tomada en cuenta por el jurado, el Tribunal falla a favor de los demandantes e incluso va más cuando le pregunta al juez Hoyle si se encuentran atados al monto indemnizatorio solicitado en la demanda: no están constreñidos por nada aparte de su buen juicio. Será la respuesta del togado. Como nos señala Francisco Fernández, la justicia está llena de fugas que sólo la ética puede drenar.(3)


(1) Abogado de la ciudad de Boston, escribió algunas novelas con una temática legal, entre las cuales podemos destacar además de The Verdict: The Choice, The Indictment y The Deception.

(2) PUMARES, Carlos. Veredicto final. En: Nosferatu, Revista de cine. No 32. 1989. Pág. 68.

(3) SOTO, Francisco y Francisco FERNÁNDEZ. Imágenes y justicia, El Derecho a través del cine. Madrid: La Ley. 1994. Pág. 391.

 

Ficha: Veredicto Final (The Verdict, 1981), USA, 129 minutos, Twentieth Century-Fox Film Corporation, Director: Sidney Lumet, Guión: Barry Reed (novelista) y David Mamet (guinonista), Música: Johnny Mandel, Fotografía: Andrzej Bartkowiak, Reparto: Paul Newman, Charlotte Rampling, Jack Warden, James Mason, Milo O´Sea, Lindsay Crouse, Ed Binns, Julie Bovasso, Roxanne Hart y James Handy. Productor: Burtt Harris.

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